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CAPÍTULO 14: Familia


Alcé la vista y vi el cielo cada vez más oscuro. La nieve caía con suavidad, cubriéndolo todo a su paso. Bajé la mirada a la mesa que estaba a medio limpiar y resignado terminé de limpiar lo que me quedaba. El local ya se hallaba sin clientes, la mayoría de mis compañeros de trabajo se encontraban en los vestidores cambiándose o preparándose para dar el día por finalizado. Por mi parte, por más que diera la jornada por terminada sabía que estando a una noche de ese día, no podría relajarme al volver a casa.


―Claude, puedes irte por hoy. Mañana tendrás el día libre como acordamos.―dijo mi jefa posicionándose a mi lado y sujetando mi hombro.


No quise mirarla, porque sabía que tendría que fingir una sonrisa que no tenía ganas de hacer. Sin embargo, no podía pagar gratitud con ingratitud. Cuando nuestras miradas se encontraron curvé mis labios hacia arriba y noté en su rostro una sonrisa comprensiva y una mirada amable. Marie era, quizás, la mejor jefa que tendría.


―Gracias Marie.―agradecí, guardando el repasador dentro del bolsillo del mandil.


―Saluda a tus abuelos de mi parte. Y llévale esto a Skyler, tengo entendido que le gustan las cerezas.


Marie extendió una de las clásicas cajas blancas en las que poníamos los pedidos que eran para llevar. Pude ver desde arriba que se trataba de una tarta de crema decorada con cerezas. Se me escapó una sonrisa antes de que me diera cuenta.


―La disfrutará, gracias―Extendí mis manos y tomé el paquete―. Hasta el Lunes, que descanses.


Dándole la espalda, abandoné el comedor, dirigiéndome a los vestidores. El silencio hasta mi destino fue en parte abrumador por la marea de pensamientos que atormentaban mi mente. Entre lo sucedido con Winter Pearce y mi familia, me encontraba en un limbo sin rumbo. Empujé la puerta con el hombro y entré al cambiador. Al hacerlo, hallé a Terry abrochando su campera.


―Claude―Me llamó con sorpresa en sus ojos―, ¿ya te vas?


―Sí, Marie me dio permiso para retirarme antes. ―comenté.


―Genial, ¿tienes planes para hoy? Estábamos por juntarnos con Lucas, Dante y Perkins a jugar un rato ¿te nos unes?―invitó con cierta emoción.


Bajé la vista mientras llevaba una mano a mi nuca.


―Verás, Terry... Mañana es un día complicado, tengo que...


―¡Cierto! Lo olvidaba, perdón, será mejor que regreses temprano y descanses por hoy―Se disculpó, antes de cruzar por mi lado y palmear mi espalda―. Nos vemos.


Torcí los labios en una mueca y la cabeza a un lado cuando Terry abandonó la habitación, sería una noche larga.





Hace algunos días atrás, había tenido un encuentro inesperado con la hija mayor de los Pearce. Su interrogatorio me había quitado el sueño luego de sugestionarme la probabilidad de que me llevaran a la cárcel o que perdiera los pocos bienes que me quedaban luego de la embargación que habían sufrido mis padres. Cualquiera de las dos opciones no serían buenas para mí, ni para Skyler o mis abuelos. Ya sea que estuviese hablando de condiciones emocionales o económicas.


La puerta delante de mí se abrió y el rostro de Nichole, mi abuela, me recibió con ojos cansados.


―Claude, hijo, que bueno que llegaste. Recién se durmió Skyler, ya tengo la cena lista, la recalentaré.―habló a la vez que se hacía a un lado y me cedía el paso.


―¿Y el abuelo?―Sacudí mis botas contra la pared de afuera de la casa, dejando caer la nieve pegada en esta.


Una vez consideré que ya no había demasiada nieve, ingresé y Nichole me ayudó con mis pertenencias.


―Toma, esto me dió Marie para la zarigüeya, si gustan pueden comerla también ustedes. ―aporté antes de darle tiempo a responder.


―Oh, debo agradecer a la señorita Marie la próxima vez que vayamos al café. Ésta es la favorita de Skyler. Tu abuelo de seguro querrá una porción, sabes cuánto le gusta lo dulce―respondió, mientras cerraba la puerta con su mano libre―. Sylvester está mirando un partido de fútbol como es usual los sábados por la noche.


―¿El equipo de Saint Peter?―solté una pregunta trivial.


Quitándome la campera, la colgué en el perchero de la entrada y despojé mis pies de mis calzados, dejándolos a un lado. Para así calzarme con las pantuflas a un costado. Avancé por el pasillo ancho junto con mi abuela, hasta la intersección entre la sala de estar, las escaleras al segundo piso y la salida al patio. Allí entramos a la sala de estar que se continuaba con la cocina al fondo. El abuelo estaba mirando en la televisión el partido de fútbol, sentado en el sofá reclinable con las piernas extendidas sobre una baja baqueta. Lucía relajado, con la espalda recostada en el respaldo y los brazos sueltos sobre el apoyabrazos.


―Buenas noches.―saludé, más parecí que el partido estaba a punto de terminar, pude sospecharlo por la emoción en la voz del comentarista.


―... y el jugador 10 toma la delantera, Tersti le pasa el balón a Stricic, y va Stricic, va Stricic, va, va, VA, VA ¡GOL! ¡GOOOL! gooooool, gol del número 7, dejando el marcador favorable para Saint Peter. ¡Y TIEMPO! El equipo Saint Peter, de Ehlarcost gana el partido 3 a 2, contra el equipo Great Valley, de Pentephill.―relató el comentarista.


El abuelo saltó de su silla y festejó gritando.


―¡Gol! ¡GOL! ¡Nichole trae unas cervezas frescas, hay que festejar, el equipo pasó a cuartos de finales! ―celebró Sylvester― ¡Pon a enfriar una para Claude que también festejará con nosotros cuando llegué! ¡Tengo que contarle esto a Jefferson, seguro se regodeará en su tumba! ¡Al fin, después de diez años estamos cerca de llegar a finales!


Fue recién cuando terminó de voltear que notó mi presencia.


―¿Claude? ¿Cuándo llegaste?―dijo mi abuelo con una enorme sonrisa en su cara y las cejas curvadas en su entrecejo.


―Llegué para el último gol.―respondí, intentando forjar una sonrisa.


―Claude, ven a sentarte, la comida ya está en la mesa.―avisó mi abuela, al mismo tiempo que terminaba de acomodar los utensilios sobre la superficie.


―Festejemos Claude, no podemos dejarlo pasar, es la primera vez en diez año que llegamos tan lejos con el equipo...―balbuceó el abuelo, corriendo la silla para sentarse a mi lado.


Su esposa, segundos después, apoyó sobre la mesa tres latas de cervezas que lucían recién sacadas del freezer. Sylvester, destapó las latas y nos las acercó a cada uno. Miré la bebida desanimado, pero al final la agarré igual, forzando una sonrisa que no llegó a ser más que una mueca.


―Ésta noche de 14 de diciembre, quiero brindar por el gran progreso que hizo el equipo de Ehlarcost, como Peterense me siento orgulloso y sé que Jeff también lo hubiera estado si se encontrara aún con nosotros. Así que, en memoria de nuestro querido e inigualable Jefferson y de la dulce criatura que era Ambar, brindemos por ellos y por lo ideales por los cuales lucharon hasta el final―la voz del abuelo comenzaba a quebrarse―. En vísperas del aniversario de su ausencia, celebremos... celebremos porque así ellos lo hubieran querido...―finalmente, Sylvester, quebró y las lágrimas que parecía haber retenido durante el discurso salieron sin cuidado.


La abuela bajó la lata con su mano temblorosa y corrió a abrazar al abuelo, quien cubría sus ojos con su mano libre y sollozaba en silencio, aún con la bebida arriba. Apreté la mandíbula y tragué saliva, mis ojos picaban y presentí que no aguantaría mucho más. Acerqué la lata a la de mi abuelo y brindé.


―Por ellos, salud.―mi voz salió gutural, más no le dí importancia.


Recién entonces, el abuelo dejó caer la mano y soltó la bebida sobre la mesa, para dejarse abrazar por completo por Nichole. Mi abuela, con lágrimas también en los ojos reforzó el agarre y lloró amargamente. Observé la lata en mi mano y sin pensarlo dos veces la llevé a mis labios, vaciándola por completo de un solo sorbo. Tomé el plato con las porciones de pizza y la lata de mi abuela y volví al pasillo para salir al patio.


Abrí la puerta con el codo y sentí instantáneamente el cambio de temperatura. Posicioné el plato y la cerveza en el piso para luego ir en búsqueda de la frazada que había sobre el sillón a un lado de la puerta. Una vez sentado en el piso con la frazada cubriendo mi cuerpo, masticando mi cena, con la cerveza a medio tomar en una mano y el resto de la pizza en otra. La opresión en el pecho incitó al ardor en mis ojos, sin poder aguantar más las primeras lágrimas cayeron.





La mañana siguiente llegó monótona, recuerdo haberme levantado por la alarma del teléfono y luego no haber podido conciliar el sueño. Más también me demoré en salir de la cama, no solo por el agradable clima dentro de la fortaleza contra el frío que eran las frazadas. La principal razón era que no conseguía juntar las ganas suficientes para afrontar el día que apenas comenzaba. De solo pensar en todo lo que tendría por hacer hoy, una oleada de desmotivación se hacía presente y me embriagaba los sentidos con pensamientos desalentadores.


No colaboraba que mi mente estuviera llena de posibles escenarios trágicos donde terminaba tras barrotes por invasión de propiedad privada, menos considerando la relación pasada de nuestras familias. Esperaba que Winter Pearce fuera tan bondadosa como la presentaban los medios de comunicación. Lo poco que había llegado a investigarla luego del interrogatorio mostraba a una mujer que acudía a centros de días para adultos y niños en situación de calle, y eventos caritativos y benéficos de todo tipo. Además, aparecía como extra en algunos artículos donde mencionaba a su hermano, Jackson Pearce, sus padres o su tío, Bartol Pearce. Los cuatro reyes de la industria y corporación en Andémida. Sin embargo, no podía confiar en el juicio de un Pearce, lo sabía por experiencia.


Luego de mucho pensarlo, ya que mi limitada mente lo había ignorado. Noté cuán peligroso podría haber sido que saliera a luz nuestro encuentro o lo sucedido en la mansión. Si los medios de comunicación lo hubiesen descubierto entonces sería muy probable que la poca atención que parecían prestarle a Winter, se volviera la cúspide de las noticias modernas. Entraríamos sin querer al mundo de la farándula. Y conociendo como trabajaban los medios con la información, no me sorprendería que surgiera cada clase de historia sobre nosotros. Un punto negativo es que los medios de comunicación no tenían información en su contra y se encontraba muy pocos datos sobre ella. Era negativo ya que bajo el primer error que cometiera, todos los ojos se posarían sobre ella.


Si se enteraban que se había encontrado en secreto con alguien como yo... De todas formas, no conocía mucho más, ya que tampoco consideré necesario e importante indagar demasiado sobre su vida. Y antes de que pensara en hacerlo, terminé encontrándome con ella y teniendo una charla sincera. Sin embargo, luego de ese encuentro solo había concluido en que todo lo que conocía de Winter Pearce eran meros rumores e información superficial que no llevaban al caso.

Exhale, como si el simple hecho de revisarlo me agotara. Era preferible no intentar darle vueltas al asunto, sin embargo lo viera como lo viera, últimamente me encontraba pensando de más en alguien en quien ni siquiera debería haberme topado.


Detuve el tenedor, que desde hacía ya algunos minutos venía dibujando circunferencias en el plato que había preparado mi abuela. Como venía siendo desde hace un par de semanas, me era difícil encontrar apetito, por más sabrosa que luciera u oliera, la comida. El cúmulo de emociones negativas y estresantes sucumbían mi mente y cuerpo, quitándome cualquier satisfacción que pudiera sentir al hacer las cosas que haría con normalidad.


Nichole se sentó a mi lado y apoyó una de sus manos en mi hombro derecho.


―Claude, sé que hoy no es uno de esos días como para estar festejando o comiendo despreocupado... Pero tampoco creo que te haga bien no comer siquiera un poco. ―La voz de mi abuela me trajo en sí.


Sé que ella tenía razón, por lo que deseando no preocuparla llevé el primer bocado a la boca y formulé una pequeña sonrisa mientras masticaba, achinando los ojos.


―Lo siento, tengo mucho en la mente estos días. No te preocupes, comeré bien. ―La animé, luego de tragar el bocado y llevando otro al finalizar de hablar.


―Sabes que me es difícil no preocuparme por ustedes, son a los únicos que aprecio en este mundo.


― ¿Qué hay del abuelo? ―indagué juguetón.


― ¿Qué hay con él?―rebatió la pregunta―. Ese viejo cascarrabias me saca de quicio últimamente... ―Ella soltó un suspiro y se llevó las manos al rostro, recorriéndolo de abajo hacia arriba hasta alcanzar su nuca, llevando su cabello hacia atrás―. ¿Puedes creer que está queriendo enseñarle a nuestra pequeña y adorable zarigüeya a luchar?


Cubrí mis labios con mi mano, cuando presentí que la comida saldría expulsada por la sombra de una carcajada. El abuelo Sylvester a veces parecía no dimensionar adecuadamente las cosas.


―Acepto el hecho de que aprender defensa personal sería adecuado, más para una señorita en estos días, pero Sylvester se pasa de inconsciente ¡Skyler apenas tiene seis años!―exclamó exaltada―. ¡Lucha libre! ¡Lucha libre! Ay Claude... no sabes cómo tiene mis avejentados nervios tu abuelo...


Luego de tragar, una sonrisa natural se formó en mis labios.


―Hablaré con él. ―prometí, no solo por mi abuela, sino también por mí.


Creo que el abuelo realmente debería olvidar esa loca idea suya.


―De todas formas, dentro de unos años deberíamos enseñarle a Sky a usar las armas y las técnicas de combate que aprendí a su edad―La mirada protestante de Nichole me presionó a declarar―. Es parte del legado familiar, no quiero que se pierda eso también.


―Tampoco creo que ellos querrían, él estaba convencido de que era algo provechoso. Pero me cuesta imaginar a la pequeña Sky matando siquiera una hormiga, ella luce tan delicada que pienso que se rompería si alguien la toca con malas intenciones.


Entendía su preocupación y por eso necesitaba que mi hermana aprendiera a defenderse para el futuro.


―Nichole, sabes que nosotros no estaremos para siempre y la zarigüeya no puede depender de Claude el resto de su vida. Claude debería comenzar a vivir más como un joven de su edad y no como un padre soltero―La voz monótona del abuelo que se dirigía a su esposa invadió el comedor―, eres un muchacho y tienes sobre ti ese sentimiento que encuentras en alguien quien no sabe apreciar la vida y lo perdió todo. ―reclamó Sylvester con el rostro serio.


No supe que responder, ya que todo lo que había dicho era cierto. Miré nuevamente la comida sobre mi plato, que ahora se encontraba fría. Cuidar de mi hermana nunca se sintió como un peso para mí, era más como un deber o una obligación que me daba orgullo. Quizás Skyler era como un legado que sentía que debía proteger y atesorar, después de todo ella había salido de ellos.


―Si sigues todo el tiempo cuidando y pensando en Skyler no podrás formar nunca tu propia familia. Ya estás en edad de tener novia o estar comprometido; yo a tu edad ya le había entregado ese anillo que ves allí a tu abuela. ―Sylvester apuntó con su cabeza a la mano izquierda de mi abuela.


―Eres un joven apuesto, de buen porte y rasgos. Sigo sin comprender cómo es que no has tenido más novias que esa mujerzuela con la que salías cuando ellos estaban vivos.―dijo la abuela, mientras se cruzaba de brazos.


Su reproche me hizo recordar alrededor de cuatro años atrás, cuando estaba de novio con Bets, parecía un tiempo lejano, como si hubiera pasado una vida desde la última vez que la había visto.


―Por poco lo olvidaba...―musité.


―No es algo que deberías olvidarlo tan fácil, debería servirte de experiencia para no buscar más mujeres como esa. Todavía recuerdo que cuando más la necesitaste se fue con otro tipo. ―Había rencor en el tono de mi abuela, más entendía muy bien el porqué.


Cuando mis padres se declararon en bancarrota y Bets se enteró, pronto comenzó a alejarse sin dar ninguna explicación. Recuerdo todavía que la primera vez que la llevé a casa para que mi familia la conociera; mamá me regañó al volver de dejar a Bets en la suya. Me recomendó que buscará alguien mejor. Debo admitir, que en un comienzo estuve cegado por su belleza y su personalidad fría, luego comencé a tomarle el cariño que se le tiene a una amiga. Me golpeé con la pared cuando fue demasiado tarde, mi mundo se venía abajo y caía a pedazos. La busqué por varias semanas y cuando la encontré estaba en un antro con un tipo de otra familia rica que había visto alguna vez en las reuniones de las empresas. Luego de eso una serie de eventos destructivos ocurrieron en cadena.


―Claude, prométeme que traerás a casa a una jovencita de buen corazón y que te quiera puramente antes de que me muera. ―Nichole me exigió tomando mis manos con las suyas, apretujándolas con suavidad.


―Haré lo posible. Pero no puedo prometerte algo así. Sabes que no controlo lo que sucederá.


―Bueno, te todas formas eso ya me hace sentir mejor. Sé que encontrarás alguien así algún día.


«Encontrar alguien así ahora... se siente como buscar una aguja en un pajar. Si ni cuando lo tuve todo pude hacerlo, que me esperaba ahora.» pensé, más no lo dije.


―Por cierto, abuelo...―Giré sobré la silla y observé al viejo sentado en su sofá con la mirada perdida, el volteó la cabeza hacia donde me encontraba― No creo que sea correcto enseñarle a Sky lucha libre. Preferiría que aprendiera defensa personal de una forma más... delicada.


―Concuerdo con nuestro nieto, Sylvester. ―me respaldo la abuela.


―Bueno... Supongo que está vez les puedo dejar ganar. Pero, solo porque Skyler me dijo primero que no le gustaban las luchas.


El teléfono en mi bolsillo sonó, sacándolo contesté la llamada.


―Hola.


―Claude hola, habla Alyssa Aimsworth―suspiré involuntariamente, la persona del otro lado me trajo a la realidad que había estado ignorando―. Pensaba que, si aún no han visitado el cementerio hoy, podríamos ir juntos. A Markson también le gustaría verte, ha pasado mucho tiempo desde la última vez...


―Está bien, les avisaré a mis abuelos y a Sky―respondí muy a mi pesar, pensé en ellos y que no les gustaría que los visitásemos solo nosotros―. Pensaba ir para cerca de las cinco...


―Bien, nos vemos allí entonces, gracias por dejarnos acompañarlos. ―la voz de Alyssa por el teléfono se escuchaba emocionada.


―Nos vemos. ―me despedí antes de cortar.


―¿Qué sucede?―indagó Nichole a mi lado con el rostro preocupado.


―Los Aimsworth se sumaran a nuestra visita hoy.


―Oh ¡Eso es bueno! Me alegra que los sigan recordado―comentó la abuela, poniéndose de pie y volviéndose activa―. Eran grandes amigos, eso es bueno...―musitó para sí misma.


―Si, lo es...―añadí con un sentimiento ambiguo abordándome.




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