CAPÍTULO 3: Enigma
- mélomanie
- 30 dic 2021
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No podía creerlo. Era imposible, inimaginable. En mis diecinueve años de vida, nunca había oído que sucediera algo similar. Que alguien lograra hacer algo de tal magnitud era lo que, se suponía, verías en una película de acción: pura y mera fantasía y ficción. No tenía sentido. ¿Quién en su sano juicio irrumpiría en nuestra propiedad, ingresaría a la casa y se desvanecería cual fantasma? ¿Era siquiera posible? ¿No dejar rastros de su fuga? No. Esto era una locura. ¿O es que acaso, sí existen los espíritus que niegan su partida?
― ¡Ay!... Ay, ay... ―lloriqueé, mientras el doctor Mudler probaba el funcionamiento de las articulaciones de mi tobillo izquierdo, moviéndolo de un lado al otro cual aguja de metrónomo.
―Señorita Pearce, creo que debería reconsiderar eso de salir de madrugada a dar un paseo, la próxima vez. ―dijo el doctor, reposando mi pie de nuevo sobre la almohada ―Parece ser un esguince. Pero para estar seguros que solo sea eso, haremos una radiografía. Recomiendo reposo para la recuperación, pero bastara con que reduzca los movimientos. También podría servirle, si desea, inmovilizar la zona con algún vendaje. Para el dolor puede tomar analgésicos, asegúrese de hacerlo cada ocho horas, sí el dolor es muy intenso, puede hacerlo cada seis.
A un lado del sillón se hallaba Rose, sus manos estaban unidas sobre su pecho, en posición de oración. Su rostro mostraba cuan preocupada y afligida se encontraba por mí, y su cuello se encargaba de asentir cada vez que Mudler decía algo importante. Me recordaba, de cierta forma, a mi madre. Volví la mirada al doctor, quien guardaba sus pertenecías dentro de su maletín, como si tuviera la intención de irse en cuanto le fuera posible. Lo cual era lógico, después de todo, recién eran las siete de la mañana y su clínica abría dentro de media hora.
―Bueno, señorita, madame, ―dijo mientras devolvía pequeñas reverencias, despidiéndose ― Cualquier cosa no duden en llamarme o acercarse a la clínica, siempre serán bien recibidos.
―Gracias Mudler, nos veremos pronto para la radiografía. ―lo despedí avisándole sobre nuestra pronta visita a la clínica.
―Será un gusto. Nos vemos. ―finalizó mientras abandonaba la habitación.
«Médicos» pensé, con una sonrisa enmarcando mis labios. Siempre andaba a las apuradas, frenético, como si lo estuvieran persiguiendo; más no me podía quejar, pues yo aspiraba lo mismo.
Rose se había retirado detrás del doctor, cambiando drásticamente su andar para poder alcanzarlo. Razón por la cual, mi habitación había quedado vacía. Si bien había varios muebles aquí y allá, al ser amplia, siempre se sentía solitaria. Suspiré, recostando la nuca sobre el cabezal del sillón. A penas comenzaba el día, pero sentía que toda mi energía había sido extirpada de mí y vaciada en algún lugar que me resultaría lejano y, por lo tanto, inalcanzable.
¿Quién sería aquella persona? ¿Un hombre habilidoso? O quizás ¿una mujer audaz? ¿Seguiría aún dentro de la mansión? ¿Estará escondido? ¿Se habrá hecho pasar por alguien? ¿Habrá logrado huir ya? ¿Cuál fue su motivo? Cubrí mi rostro con mis manos, sintiendo la frustración apoderándose de mí.
Entonces, golpearon la puerta, alzando un poco la voz, avise que podía pasar. Erguí mi cuello, sentándome de manera adecuada, ya que, siempre debía mostrarme presentable. Seguido, la puerta se despegó del umbral y el rostro de Liv, una de mis mucamas, apareció. Junto a ella entró un carrito con comida. «Al fin» me regocijé, venía callando a mi estómago desde que había llegado a la mansión. Liv entró, haciendo poco y casi nada de ruido, lo cual todavía no dejaba de maravillarme. Esa capacidad especial que cumplían todos nuestros sirvientes era extraordinaria, el sigilo. De pequeña, recuerdo haber pensado de ellos como potenciales espías. Podría decirse que aún mantengo una idea parecida.
Ella dispuso del desayuno sobre la baja mesa entre los sillones, con movimientos suaves y delicados, casi como si sus manos estuvieran bailando. Sonreí al ver que sobre la mesa había de mi pastelería favorita. Liv preparó mi té, vertiéndolo de la tetera a la taza; poco después el desayuno estaba– por completo– preparado. Por lo que, ella se apartó, ubicándose a un lado del sillón, moviendo con ella el carrito.
―Buen provecho, señorita. ―ofreció, para luego quedarse en silencio.
Contrario a Rose, quien era bastante energética y emocional para su edad y rol. Liv era tranquila, siendo por lo general una ahorradora de palabras, sin perder el respeto y la elegancia, lucía realmente noble. Quizás por ese aspecto distante e inalcanzable es que tenía a muchos de los empleados suspirando embelesados por ella. No obstante, era ella quien más conocía sobre los chismes que rondaban por la casa.
―Liv, ¿sabes algo de lo que sucedió esta madrugada? ―pregunté antes de sorber del té.
―Sobre el suceso en sí, desconozco bastante. He oído más sobre lo que dijeron los guardias al despertar. ―comentó, luego de un silencio corto.
― ¿Qué información tienes de ellos? ―indagué.
―He escuchado su conversación con el amo, al parecer todos desmayaron tras sentir un aroma extraño, suponen que fue algo similar a bombas de humo con somníferos.
― Pero el terreno es extenso, ¿no es que todos ellos desfallecieron? ―para hacerlo en tan poco tiempo y cubrir semejante rango, sonaba casi imposible.
―No fueron todos los guardias, solos lo de las zonas norte, noroeste y suroeste.
¿Solos los que se hallaban en la puerta de entrada, el jardín, el invernadero y el laberinto? ¡Es más fácil infiltrarse por el bosque! La zona por donde entró, era la más descampada en cuanto a vegetación se hablase, pero sin lugar a dudas era la más poblada por el equipo de seguridad. Incluso era la que cubrían, con mayor amplitud, las cámaras de vigilancia.
― ¿Alguien mencionó haber oído algo extraño?
Liv negó.
Para adherir, nadie había escuchado el ruido de una avioneta o siquiera un dron, que pudiera esparcir el somnífero desde los cielos.
― ¿No desapareció nada? ―investigué.
Liv volvió a negar.
― ¿Confirmaron que las huellas son solo de entrada y no de salida?
―Así es.
― ¿Hay señales de que aún pudiera estar presente dentro del territorio? ―increpé.
―Es lo que se sospecha, pero no han hallado nada fuera de lo normal entre los empleados y en las demás habitaciones de la residencia.
― ¿Las huellas se detenían en algún lugar?
―Por lo que oí del oficial de seguridad, al parecer, los restos de nieve llegan hasta la entrada de la biblioteca. Desde allí desaparecen.
―Todo es muy extraño y surrealista. ―expresé, perdida en mis pensamientos; más ella se mantuvo en silencio.
―Lo único que se puede rescatar de esta situación es que esa persona buscaba ser descubierta. De lo contrario no habría montado semejante espectáculo.
Escuché el sonido de la respiración de Liv coincidir con lo que pensaba. Suspiré, mirando la taza (ahora fría), en mis manos, esto es demasiado. Claramente se trataba de una advertencia. ¿Sabría Jack algo más sobre lo sucedido? ¿Habría llegado ya a alguna conclusión? Dejando la tasa sobre la mesa, y ya con algo del apetito perdido, tomé un bocadillo salado.
Todo estaba fuera de control. Ni siquiera estaba sucediendo lo mínimo que tenía planeado: una vida pacífica. Parecía una jugarreta del destino, todos estos días que llevaba en Forst venían a mi mente como una ilusión de lo que hubiera sido una idílica juventud. Habían pasado con tanta calma que hasta parecían una mentira barata.
Llevé una galleta a mis labios para luego de meditar, unos segundos sobre los pros y los contras de este inesperado desarrollo del presente, comerla en silencio. Pasaron varios minutos más, y al no llevar otro bocado a mis labios, Liv se ofreció a levantar el desayuno, también me preguntó si no tendría, por si acaso, apetito de otro platillo. Negué con simpleza y ella no insistió, agradecí en mi mente; ya que, de tratarse de Rose, la situación no se hubiera resuelto de manera tan sencilla.
Al terminar de juntar los platos y demás utensilios, dejándolos en el carrito metálico; Liv nuevamente, en silencio, abandonó la habitación. Cuando abrió la puerta noté a uno de los guardias de seguridad parado fuera de mi habitación, dándome claramente la espalda. Había notado algo que no podía dejarlo pasar, no tras una situación como la actual. Vendría una conversación que posiblemente sería incómoda para ambos. Eso se debía a que, por lo general, ellos no interaccionaban mucho conmigo; por alguna razón se mantenían distantes.
―Liv, ―la llamé a lo que ella levantó su mirada a mí ―has pasar al guardia, por favor.
Liv asintió y en una voz tan baja, que a mi distancia se hoyó como un murmullo incomprensible, invitó al hombre dentro de mi habitación. El guardia, un hombre de alrededor de treinta años, entró a mi recamara y haciendo una ligera reverencia se presentó:
―Cleivan Smith a su servicio, señorita.
―Buen día, Cleivan, es un placer conocerte. Me gustaría hacerte unas preguntas, si no le es inconveniente. ―era solo una formalidad, pues no tenía otra opción que responderme.
―Claro, señorita. Le responderé cualquier duda, en cuanto sepa la respuesta. ―para mi suerte, o quizás, para suerte de ambos él lucía tranquilo.
―El atuendo que llevas puesto, ¿es ese el uniforme de siempre? ―cuestioné.
Cleivan, vestía un conjunto en gris claro. Lo cual me resultaba singular, ya que creía que su uniforme era de color negro.
―Sí, señorita, este es de todos los días. ―respondió sin titubear, luego de haber fruncido apenas el ceño, como si mi pregunta fuera incoherente o inesperada.
― ¿No tienen otro en color negro o azul oscuro? ―indagué, negándome a conformarme con escaza información.
―No, no es así, señorita.
Un sabor amargo inundó mi boca, no me gustaba el rumbo que estaban tomando sus respuestas.
― ¿Conoces a alguien del equipo de seguridad llamado Mychael? ―interrogué, conteniendo la ansiedad por su réplica.
― ¿Michael? ―su réplica pereció haber sido dirigida para sí mismo, por lo que permanecí en silencio por unos segundos, hasta que él volvió a hablar ― ¡Ah sí! Tengo un compañero llamado Miguel, pero algunos de los chicos lo llaman Michael.
Suspiré. No supe con exactitud desde cuándo, pero había contenido la respiración. Me ponía nerviosa tan siquiera pensar a cuanto riesgo me habría expuesto en esta madrugada. Si resultaba ser que quien me había ayudado, en realidad era quien había irrumpido en la casa, no sé con exactitud como lo habría tomado. Pero estaba segura de algo, por más bueno y bondadoso que se podría haber mostrado, no sería perdonado.
― ¿Podrías organizar un encuentro entre nosotros? Me gustaría hablar sobre algunas cuestiones con él. ― avisé, mientras cambiaba de posición mis piernas, cruzándolas para el lado contrario ― Si bien no tengo apuro, sería bueno que fuera a más tardar para esta semana.
―Lo haré, señorita. No creo que haya problema en arreglar un encuentro pronto. ―respondió Cleivan, con algo de entusiasmo.
―Perfecto, gracias Cleivan. Ya eres libre, puedes retirarte. ―invité.
―Fue un honor, señorita. Estoy para servir, me encontraré afuera, si necesita algo no dude en llamarme. ―ofreció.
Le devolví una pequeña sonrisa, con la intención de que luciera amable. Él, en cambio, se limitó a inclinar levemente su cabeza antes de abandonar la habitación en mutismo. No tardé mucho en sentir la soledad abrirse paso por mi recamara, abrumando (aún más) mis emociones y pensamientos.
Para no dejarme abatir por algo casi incontrolable, me puse en pie, esquivando los muebles, me dirigí al escritorio que se hallaba cerca del ventanal. De apariencia, era similar a un buró, antiguo y de madera tallada; uno de sus cajones solo se abría con cierta llave. Llave que en realidad era el sello del anillo que representaba a mi familia y linaje. Sacando de mi dedo medio el anillo de oro, apoyé el grabado sobre su contraparte en la gaveta y lo giré a la izquierda, atributo característico de nuestras cerraduras. Inmediatamente, el cerrojo emitió un pequeño sonido y el cajón fue expulsado.
Dentro se hallaba un cuaderno, uno que conocía muy bien, mi fiel compañero durante los últimos tres años y quien conocía mis grandes pesares. Esa libreta, era también, quien escondía el huevo de oro que acabaría con mi familia.

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