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CAPÍTULO 5: El chisme vuela con el viento


Escuché la alarma sonar y la apagué enseguida. No tuve que pensarlo mucho para notar que hacía resistencia para salir de la cama. La más común, y de la que me atrevería a hablar a esta hora de la mañana, podría ser el frio insoportable que ya era tradicional de Forst. Fuera de la calidez de las gruesas frazadas el día comenzaba cual congelador. Me ahorré el echar un vistazo a la ventana, ya que el sol se filtraba entre las cortinas, iluminando mi pequeña habitación de delicados tonos anaranjados y blanquecinos. Había amanecido y como era usual en esta época del año, el insomnio había vuelto. Muy a mi pesar, abandoné la templanza y me sumergí al desabrigó que era la pieza prácticamente vacía.


Diferente a como hubiera sido unos días atrás, a pesar de los sueños que me quitaban las ganas de dormir, había sido una de las noches más descansadas después de mucho tiempo. La rutina normal, de levantarme durante la madrugada para ir al bosque y volver a la casa solo para tomar una ducha; antes de retomar mi camino al trabajo, se había visto interrumpida por una serie de sucesos que sería mejor ignorarlos.


Faltaban unos pocos días para que llegase ese día, y mi cuerpo ya comenzaba a manifestar como me sentía. Como si fuera una enfermedad que me agarraba cada vez que el año terminaba, venían los dolores musculares, la migraña, el malestar estomacal y una oleada de emociones que me dejaban tumbado en una esquina de la habitación sin ánimos de nada. No obstante, por mucho que deseara deprimirme y sufrir en soledad, aún me quedaban razones por las cuales no estancarme en ese pozo.


Me incorporé, saliendo por completo de la cama y percibiendo como el cansancio se colgaba de mí, cual ancla. Mis pies se sentían pesados, pero aun así lograron llevarme hasta el baño. Abrí el grifo del lavamanos y esperé a que el agua saliera tibia, observé mi reflejo en el pequeño espejo cuadrado frente a mí. Debajo de mis ojos la piel se había vuelto oscura y la de mi rostro se encontraba pálida, como la de un enfermo. Suspiré y me agaché para lavarme la cara. «Solo un poco más» pensé «Debo aguantar solo un poco más».


Tras abandonar el baño, me vestí en pocos minutos, preparé mi desayuno en otros; y poco tiempo después ya me encontraba saliendo de la casa. Conduje en silencio por las calles congeladas del pueblo, con el casco mal puesto, mientras de mi boca colgaba una tostada y una de mis manos sujetaba un vaso térmico con el té amargo que estaba acostumbrado a desayunar. Todavía no era la hora laboral y había muy pocos vehículos transitando, Forst tras el amanecer tenía su momento de mayor tranquilidad. Mi respiración salía como halo debido a la baja temperatura. Crucé diagonalmente el pueblo, hasta llegar a la cafetería a las afueras del mismo.


Una vez llegué a mi lugar de trabajo, ya había terminado mi tostada y el vaso, ahora, vacío había sido guardado mientras frenaba en uno de los semáforos. Estacioné la motocicleta en el aparcamiento para empleados, me quité el casco, atándolo al manubrio. Estaba agachado hacía mi vehículo, cuando alguien me pegó una nalgada.


―Lucas. ―saludé a mi compañero.


―Claude. ―respondió él.


Erguí la espalda y volteé a verlo, como siempre Lucas me miraba burlón.


―Sigo sin entender cómo es que no disfrutas de la vida y andas siempre con esa expresión aburrida. Deberías sonreír más si quieres conseguir una novia... ―comenzó el mismo discurso de todas las mañanas, suspiré― O tal vez... ¿ya tienes una y no me has dicho?


Ignoré sus preguntas y me encaminé a la puerta de donde colgaba un cartel con la frase "Entrada. Solo personal autorizado". Empujándola, entré. Marie, la dueña y nuestra jefa, ya se encontraba dentro, tenía en una mano una taza de café y en la otra una medialuna.


―Buenos días, Claude, Lucas.


―Buenos días jefa. ―respondí, monótono.


― ¡Marie! Otro día que tengo esta dulce ocasión de ver el ese rostro divino, si tan solo me dieras una oportunidad...―se lamentó Lucas acercándose cariñoso a ella.


Negué, y mientras sonreía pensé «Ese hombre tiene un parlante en la garganta». Marie era tan solo cinco años mayor que Lucas, pero eso no parecía importarle a él. En estos dos años trabajando a su lado, descubrí que él era persona insistente y con una personalidad desagradablemente extrovertida. Me dirigí a los casilleros, quitándome los abrigos, los colgué dentro y tomé el uniforme y mandil. Mientras me cambiaba, llegó el rubio tarareando una canción. Estaba terminando de abotonar la camisa, cuando él habló, llamándome.


― ¿Te enteraste, Claude? ―indagó y sin esperar mi respuesta, continuó― Terry parece que se puso de novio con una de las clientas...


―Lucas, ¿a qué quieres llegar con todo esto? ―le pregunté mientras abotonaba mi camisa con un ápice de interés.


― ¿No es obvio? ¡Hasta Terry tiene novia y tu no! ―giré los ojos.


―Ya hablamos de esto...


―Lo sé, lo sé... No quieres nada con nadie porque eres un lobo solitario y soso. ―volteé a verlo y él sonrió― Bueno, no quieres nada porque tienes que cuidar a tu pequeña hermana y abuelos. ―suspiré cuando su tono sonó sarcástico― De todas formas, deberías ser más egoísta y pensar un poco más en ti.


La puerta del cuarto del personal se abrió, uno de nuestros compañeros entró. Terry, de quien había hablado antes Lucas. Él era un pelirrojo, de piel blanca (como casi todos los habitantes de Forst), con una personalidad tranquila.


―Buenos días, Terry. ―saludé.


―Buenas, Claude, Lucas. ―correspondió él mientras acomodaba sus pertenencias dentro de su casilla― Marie me contó que andas bastante chismoso Lucas, ¿no crees qué es hora de que vos también consigas una novia? ―algo que falto agregar es que Terry era como una espada de doble filo, si bien generalmente se mostraba como alguien pacífico, había veces que te hincaba con palabras hirientes.


En el caso del rubio charlatán, su punto débil era Marie.


―Sabes que me estoy reservando para Marie. ―respondió receloso.


A la vez que ellos comenzaban con la discusión, yo terminaba de atarme el mandil y acomodar los últimos detalles del uniforme.


―Solo decía, como vos solo decís sobre los demás.


― ¿Tanto te molesta que le diga a Claude que también debe conseguirse una novia? ―refutó ofendido Lucas.


― ¿Por qué no dejas a Claude en paz? ¿Qué te importa si él decide ser un abnegado por su familia o seguir con su vida?


Cerré con más fuerza la mano sobre el picaporte. No sabía que Terry pensaba de la misma forma que Lucas; sin embargo, no me sorprendía. Terminé de abrir la puerta, con la intención de irme cuanto antes.


―No se demoren. ―interrumpí, previo a dejarlos atrás.


No es que no me gustase divertirme o que no quisiera salir a fiestas y perder la consciencia en alguna esquina de la ciudad con mis amigos en igual estado que yo. Pues hubo una época en la que había disfrutado de todo eso, quizás incluso puedo decir que había sobreexplotado esas experiencias. También había tenido una novia durante mi adolescencia, no soy ajeno al mundo en el que me invitan a conocer. Es que, en estos instantes de mi vida, todas esas emociones y vivencias las consideraba innecesarias. Tenía otras prioridades.


Abandoné el pasillo y me recibió el área de clientes. Mi turno comenzaría dentro de algunos minutos, debía ir a mi zona con anticipación, para recibir de manera adecuada a la clientela. Pines & Groove, era una cafetería de estilo moderno, estaba rodeada de grandes ventanales cristalinos que permitían ver el bosque que la circundaba. Sin exagerar, diría que tenía más iluminación de la que necesitaba, bueno eso se aplicaría a los días normales en los que no se encontraba nublado. Esos días entraba muy poca iluminación natural y las luces quedan bien. La cafetería, a pesar de encontrarse a las afueras del pueblo, casi sobre la ruta, era la más concurrida. Había tenido mucha suerte al conseguir un puesto aquí tres años atrás, sin embargo, en ese entonces no era tan conocida.




La primera parte de la jornada transcurrió de forma tranquila como era usual, no hubo grandes problemas. Exceptuando la vez en que escuché aquel chasquido de una fotografía siendo tomada. Por alguna razón, lo sentí personal, pero cuando volteé a ver, descubrí a al menos tres grupos de personas tomándose fotos o a la comida. Decidí dejarlo pasar, ya que no sería ni la primera ni última vez que alguna persona tomaba fotos de los empleados. No deberían hacerlo, pero no había mucho que nosotros podamos hacer para evitarlo.


Por otro lado, era inhabitual escuchar quejas o escándalos, Marie se había encargado de enseñarnos bien cómo lidiar con diferentes situaciones. Por lo que todo el personal trabajaba de acuerdo a las instrucciones de la jefa y lográbamos un ambiente armónico dentro del local. Nunca se los había dicho, pero estaba muy agradecido con la jefa y mis compañeros de poder trabajar en un lugar así. Si mi contexto laboral hubiera sido caótico y estresante, en grandes probabilidades eso hubiera repercutido en mi relación con Sky.


Al llegar el tiempo de que tomará un descanso, me dirigí al pequeño cuarto de estar exclusivo del personal. Sentándome frente a la mesa, me relaje sobre la silla, y estiré mis extremidades, como si estuviera desperezándome. Sucesivamente, me recosté sobre mis brazos que se cruzaban simulando ser mi almohada y cerré los ojos. Mi receso duraba veinticinco minutos e incluía el tiempo de un refrigerio, el cual pensaba salteármelo para poder dormir. Para mi gusto, caí rendido en tan solo unos instantes.




―Claude sí que la lleva mal con eso de no poder dormir bien eh―escuché la voz susurrante de uno de mis compañeros, pero la ignoré intentando reconciliar el sueño.


―Le recomendé un terapista, pero me dijo que ya estaba asistiendo a un lugar para recibir ayuda. ―esa era la voz suave de Marie.


― ¿Será a un psiquiatra? ―cuestionó Lucas en voz baja.


―No lo sé, pero probablemente...


―Yo también iría a que me traten después de haber pasado por algo así...―sus murmullos comenzaban a molestarme.


―Me da pena... me gustaría ayudarlo, pero no sé cómo...


De repente la alarma de mi celular sonó, avisándome que me dentro de dos minutos terminaba mi recreo. La pequeña habitación quedó en silencio. Me incorporé de golpe, mi jefa y compañeros me miraron perplejos. No obstante, no tenía ganas de lidiar con sentimientos de pena o culpa, por lo que evité sus ojos y me dirigí al baño.


―Permiso. ―dije, al acercarme a la puerta donde se hallaban todos estancados.


Me quise reír cuando los vi moverse y chocarse entre ellos, como si les asustara mi presencia. Incluso Marie lucía nerviosa. Negué de manera casi innata, pretendiendo mantener la postura y no mostrar cuanto me agradaba que ellos se preocuparan por mí.


Una vez dentro del cuarto de baño, lavé mi rostro dos veces, buscando quitar el cansancio, y lográndolo solo un poco. Suspiré resignado. Comprendía la reacción de mis más cercanos, era entendible después de todo. Sabía que tenía traumas, era consciente de eso, no obstante, aún no aprendí como liberarme de ellos.


Era repetitivo, más en esta época del año, sentía que me había quedado en deuda con ellos, había tantas cosas de las que quería hablarles, preguntar, cuestionar... Recliné la cabeza escondiéndola entre mis brazos, que ahora se apoyaban sobre el lavamanos. Suspiré una vez más al reconocer la frustración, esa que me daba al saber que no podía hacer nada para cambiar el pasado y me asfixiaba.


Golpearon la puerta, dos veces, antes de llamarme.


― ¿Claude? Te necesitan adelante...


Inhalé profundo una vez más, para luego soltar el aire lentamente.


―Ya voy.


Pasaron unos segundos hasta que escuché los pasos alejarse; irguiendo mi espalda, cerré la canilla. Pasé mi mano por mi pelo, peinándolo hacia atrás y sequé mi rostro con las toallas de papel antes de salir del cubículo.


Al llegar al comedor, rápidamente me rodeó la sensación de agitación y era palpable como el ambiente era acogedor. Me movía entre las mesas llevando y trayendo ordenes, mi mente estaba dividida en atender de forma adecuada a los clientes y quitarme el sueño de encima. Estaba volviendo sin apuro, con la bandeja vacía, hacia la cocina; cuando escuché por arriba la conversación entre tres mujeres sentadas en una mesa cercana a mí.


―Me llegó el rumor de que la hija de los Pearce está viviendo en la mansión con el heredero. ¿Es cierto? ―preguntó una.


Inconsciente o tal vez demasiado consciente, disminuí drásticamente la velocidad de mis pasos.


― ¡Es cierto, es cierto! La sobrina de la amiga de mi hermana trabaja allí, siempre que llega al salón habla sobre cuán elegante y bella es ella. Parece muy complacida con la nueva ama.


― ¡Oh! Yo les tengo un chisme tremendo, antes de venir a la cafetería me crucé con el Doctor Mudler, ese hombre esta tan bien trabajado por los cielos...―negué aturdido, ellas parecían casadas y de la edad que tendría mi madre, era extraño escucharlas carcajear sobre un sujeto casado ―Bueno, el punto es que el Doctor venía hablando con su mujer sobre cuán cansado estaba ayer por tener que despertarse aún más temprano para atender de urgencia a la joven señorita.


Mis dedos se relajaron y la bandeja en mis manos, junto con todos los utensilios, cayó al suelo. Produciendo un estrepitoso alboroto. Las señoras voltearon hacia mí, pero no fueron las únicas, gran parte de las personas a mi alrededor también se alarmaron. El bombardeo de preguntas de si me encontraba bien o de qué había sucedido se oía distante. Automáticamente me agaché para juntar los pedazos de cerámica y vidrios rotos, también de los cubiertos.


―Claude...


«Cuando la vendé, no parecía gran cosa. ¿No fue solo un esguince? ¿Urgencia? ¿Qué tan urgente podría ser que la golpease un conejo moribundo?» mis movimientos se paralizaron ante la sucesiva idea «No me echaran la culpa a mí, ¿no?» reí nervioso, mis manos tensas.


―Claude, ¿estás bien? ―era Marie, quien me llamaba.


No Marie, no creo estar bien. «Mierda, ¿en qué lio me metí?»



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