CAPÍTULO 9: Intruso
- mélomanie
- 30 dic 2021
- 7 Min. de lectura

Estacioné la motocicleta en diagonal a la biblioteca municipal, debía de cruzar la calle para poder posicionarme en su entrada. Había acordado con Winter que la esperaría dentro, ella debería llegar varios minutos después. No me cuestionó cuando se lo sugerí, fue extraño, no obstante, supuse que comprendió el por qué. Un auto blanco frenó a mitad de calle, cediéndome el paso, la mujer que lo conducía me observó en silencio antes de alzar la mano y balancearla de un lado al otro. Entendí que me dejaba cruzar, por lo que asentí, en agradecimiento y no me demoré, atravesé hasta llegar a la acera continua.
Cuando volteé para agradecer una vez más a la señora, el auto ya se encontraba entrando a un estacionamiento de una pequeña casa frente a la biblioteca. Razón por la cual decidí restarle importancia y seguir mi camino. Una vez dentro de la biblioteca, me acerqué a la bibliotecaria, quien se hallaba cotilleando con un par de señoras a un costado de la entrada. Esperé a que notaran mi presencia para hablar. Más fue ella quien se apartó de su compañía y se me acercó con una cálida sonrisa.
―¡Claude! ¡Cuánto tiempo! ―Matilde me rodeó con sus brazos, la correspondí.
―Ha pasado tiempo, sí. ―me alejé, devolviéndole la expresión.
―¿Qué te trae a mi paraíso? ¿Necesitas más libros de psicología? ―indagó, con sus manos aun sujetando mis antebrazos.
Sonreí con nostalgia.
―No, no. Necesito usar ese salón tengo que atender un asunto y necesito que sea en un lugar privado. ―expliqué.
―Oh ―Desvaneció su agarre, cruzándose de brazos―. ¿No es nada grave o sí? Sabes que te aprecio como un hijo, pero no pondré en juego mi trabajo por...
―Matilde―corté―, no te preocupes, no es nada por el estilo. Solo es una cita con el pasado, prefiero que mis abuelos no se enteren. Ella es una persona importante, no podemos estar bajo el ojo público, por eso sugerí ese lugar.
Matilde musitó. Pero al final accedió.
―No me agrada que se lo ocultes a tus abuelos, pero comprendo que tendrás tus razones―suspiró―. La llave sigue en el mismo lugar. ¿Lo recuerdas?
―Sí, aún recuerdo. Gracias, Matilde. ―sonreí.
―Y Claude―dijo aferrándose a la manga de mi muñeca izquierda―, procura no causar un alboroto como en el pasado.
Los ojos amarronados y arrugados por la edad de Matilde me suplicaron. Tragué en seco y asentí.
―No lo haré―intenté sonar seguro, más no lo estaba―. Ah, y podrías...
Susurre un último favor cerca de su oído, sus parpados se separaron con asombro, más asintió, afirmando que me ayudaría una vez más. Me dejó ir, aunque pude notar que dudó en hacerlo. Al voltear, sentí el peso de su mirada ansiosa sobre mi espalda, más no hice otra cosa que ignorarlo. En aquel instante no podía lidiar con una situación extra que no fuera el lío en el que me había metido y una forma, prácticamente imposible y fantasiosa, de salir tan intacto como me fuera posible del mismo.
Para llegar donde la llave, debía cruzar casi por completo la longitud de la biblioteca. Esta había sido construida hace más de trecientos años, era casi tan vieja como el pueblo. Las lámparas que colgaban del techo iluminaban escasamente el lugar y con tonos amarillentos. Los estantes eran de una madera gruesa y oscura, para quien los viera por primera vez, se sorprendería por cuan largos llegaban a ser. Desde la puerta de entrada hasta la esquina posterior derecha había alrededor de doscientos metros. Era allí, en aquella esquina en cual las librerías se disponían de manera errática y espiralada, donde debía arribar para encontrar la llave.
No demoré mucho en llegar, evité llamar la atención esquivando los pasillos donde se acumulaban personas e intentando ser sigiloso e inadvertido. Parecía demasiado sencillo lograrlo. Al alcanzar el área donde los estantes se hallaban limitando la zona en forma cuadrangular, me adentré al pequeño cuarto que se formaba con las librerías, la distancia en este pasillo en espiral era más estrecha que la del resto en la biblioteca. Dejé de mover mis pies justo frente al rincón que se formaba en el único estante que lucía como una "L". Conté desde el primer libro sobre la esquina hacia la derecha tres lugares. Y tomé el tercer libro, del autor que llenaba aquellas repisas, D.P., titulado Modus operandi, era una novela de ficción histórica muy del agrado de Matilde. Observé la base de la repisa donde se había hallado el libro, una diminuta compuerta de aproximadamente diez centímetros se ocultaba allí. Saqué el marca-páginas de plata que se encontraba dentro del libro en mis manos y utilizando la punta estrellada del mismo en la cerradura de la compuerta, la abrí.
La tapa de madera se levantó haciendo muy poco ruido, introduje mis dedos y tomé la llave dorada. Escuché voces acercarse, por lo que me apresuré en dejar todo tal cual lo había encontrado. Salí del esquinero laberinto de libros poco antes de una pareja de niñatas llegaran.
―Has leído su último libro, me ha encantado mucho, ¡sus historias son geniales! ―comentó una de ellas mientras me cruzaba por a lado.
―¡El cielo y las estrellas es mi favorita! ―Fue lo último que llegué escuchar.
Seguí hasta llegar a mi siguiente destino, bastante cerca de donde se escondía la llave, la escalera a los siguientes pisos. Subí la escalera de metal sin apuro y sin calma, a un ritmo moderado pero ansioso. Ya había pasado suficiente tiempo, Winter Pearce debería de haber llegado ya a la biblioteca. Al alcanzar el tercer piso, dejé de subir y me acerqué a la barandilla de metal del mismo. Desde allí pude ver a mi invitada siendo atrapada por Matilde, quien supongo estaba cumpliendo con mi pedido. Entonces Winter alzó su vista al tercer piso y me encontró, segundos después corrió su rostro a Matilde y asintió mientras movía sus labios, ambas sonrieron antes de que ella comenzara su recorrido hasta mi ubicación. Me alejé de las barandillas, ocultándome entre los primeros estantes, de lo contrario mi presencia sería muy notoria.
Mi celular vibró en el bolsillo izquierdo de mi pantalón, tanteando lo saqué. Resoplé al leer el nombre y corté la llamada antes de que el tercer timbre sonara. No entendía porque se le había dado por buscarme dos años después y en estas fechas. Sin embargo, había perdido la razón para hablarle desde aquella vez. Como si fuera poco, demasiados problemas ya tenían con la hija de los Pearce y los días que se aproximaban. Al no moverme noté mi cuerpo volverse pesado, estaba cansado de todo, pero no podía quedarme quieto, no debía. Recosté la espalda sobre la madera, prácticamente dejándome caer. Solo quería volver a mi casa para poder dormir. No obstante, mis deberes eran muchos y mi tiempo corto. El día no parecía alcanzarme para solucionar todos mis problemas.
Mientras esperaba que ella llegara, marqué el número de mi abuela. Nichole atendió al instante.
―Claude, cariño ¿cómo estás? ―la voz de mi abuela era dulce.
―Hola, estoy bien... Llamaba para avisar que hoy llegaré tarde, por lo que Skyler pasará allí la noche. No me esperen, iré directo a mi casa. ―Debía ser precavido.
―Está bien. Avisa cuando llegues a la casa, sabes que no podré descansar en paz de lo contrario.
―Lo haré―respondí incluso sin estar seguro de que podría―. Dale un beso de buenas noches a Sky de mi parte. Los quiero y gracias Abuela.
Corté la llamada. Atreverme a continuar la mentira solo volvería todo más complicado y dejar que ella indagara también. No existía nada que me asegurase que saldría sano y salvo luego de este encuentro con Winter. Y no tenía intención de arriesgar a mi familia por esto; ser el causante de un trauma para la zarigüeya me angustiaba y destruía con tan solo pensarlo.
Varios y muy cortos minutos pasaron hasta que el sombrero caramelo de Winter Pearce ascendió por la escalera en caracol. Me acerqué a ella y le extendí mi mano, lucía cansada.
―Gracias. ―dijo con un tono tan perfecto que solo los Pearce tendrían.
―Lamento hacer que llegases tan cansada.
―No es tu culpa, no te disculpes, ha sido un día bastante movido. Es más que motivo para que me agitase subiendo tres pisos en una escalera caracol tan empinada―Era como una queja, pero no se sintió del todo así―. Espero que el lugar del que me hablaste lo valga.
Sonreí, su sinceridad y tranquilidad al hablarme se percibió como aquella noche, diferente a en la cafetería. No había tanta tensión como por la tarde, me pregunto cuál sería la razón.
―Yo también lo espero. ―respondí.
―Ahora, muéstramelo―Su mirada seria me hincó―, el lugar.
Asentí.
―Sígueme.
Ella hizo como lo ordené, nos movimos por entre los estantes del tercer piso, hasta que llegamos a los que se ubicaban en un ángulo de noventa grados simétrico. Las repisas en este nivel están repletas de periódicos provinciales tanto como nacionales, y según me había comentado Matilde, incluso se podría obtener diarios de hace ciento cincuenta años. Agachándome hasta el tercer estante desde el suelo y usando mis manos, corrí la pila de papeles que tapaban la entrada de la llave. Sacándola, destrabé la puerta corrediza. Irguiéndome a mi posición original, guardé la llave en mi bolsillo y con mis manos empujé el estante hacia atrás. La puerta escondida en los estantes se hizo visible cuando fue deslizada fuera de su ubicación normal, mientras la pequeña rueda en su base rodaba por el canalículo hasta su primer tope.
A mi lado Winter Pearce pegó un respingo al escuchar el metal contactando el primer ángulo, no obstante, preferí callar y ahorrarme los comentarios que bien podrían ser burlones. Luego del primer tope, debía empujar la puerta hacia la derecha, y así lo hice. Entonces, la puerta que en verdad lucía como una estantería, ahora detrás de una con la que anteriormente se continuaba, dejó ver ese lugar.
Sonreí orgulloso al ver mi pequeño y genial escondite. Me hice a un lado y pude ver la sorpresa expresarse abiertamente en el pálido rostro de mi acompañante.
―Adelante.
Ella avanzó, más se detuvo de repente y volteó hacía mí, sus ojos verdes eran inseguros pero su tono fuerte.
―No estoy sola. ―amenazó.
Mi entrecejo se frunció.
―No estoy sola, mis guardaespaldas también se encuentran aquí, si llegas a hacer algo que considere indebido o que atente contra mi seguridad yo...
―Comprendo. ―La interrumpí.
El verde no se apartó de mí tan fácil, me observaron entrañando en mis pensamientos, como si quisieran confiar en mis palabras, pero siendo incapaces de hacerlo por completo. Winter me dio la espalda y entró al pequeño cuarto, mis labios se curvaron hacia arriba. Fue más fácil de lo que pensé.

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